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El jardín de senderos que se bifurcan

  • Pedro Luis Menéndez
  • 14 ago 2015
  • 2 Min. de lectura

Tomo prestado este título de un cuento de Jorge Luis Borges de 1941, porque hoy un antiguo alumno me ha recordado que le di a leer este cuento en 1988 y que desde entonces Borges ya nunca más le abandonó.

Si no lo has leído, el relato -y el propio título- es una metáfora sobre el tiempo, y a la vez una curiosa anécdota sobre cómo un ser humano utiliza cualquier procedimiento -hasta los más terribles- para transmitir una información a otro ser humano.

Todo esto me ha llevado a pensar en los caminos, a veces misteriosos, de la comunicación en el mundo de la enseñanza. Uno de los aspectos que más preocupa a cualquier docente, incluso universitario, es la inseguridad en la conexión con su alumnado, sobre todo por la distancia generacional que suele haber entre unos y otros.

Este aspecto de la distancia generacional es uno de los que más diferencia la docencia escolar de otro tipo de formación. Y es absolutamente inevitable.

El tema de la comunicación intergeneracional es un tema complicado y difícil. Lo es en la familia, lo es en la escuela, y lo es también muchas veces en las empresas y las organizaciones. ¿Gestionamos de modo adecuado esa comunicación? No siempre ocurre, y resulta frecuente que incluso entre adultos de distintas generaciones se eleven barreras de incomunicación que dificultan la convivencia.

Los docentes trabajamos con la imagen del sembrador que NO va a recoger sus frutos. La sociedad será quien lo haga años después. Y pocas veces a lo largo de nuestra vida recibimos noticia de la posible influencia en las vidas de esos niños que año a año pasan por nuestras aulas.

Necesitamos, como cualquier ser humano, sentir que esa comunicación se produce en nuestra interacción con el alumnado. Pero no hablo de la comunicación del día a día, sino de esa especie de comunicación a larga distancia que sólo el propio paso del tiempo puede constatar.

Y todo ello más allá de la distancia generacional que cada año aumenta. Cuando empecé con mi trabajo como profesor tenía 7 años más que mis alumnos; ahora son 37.

Como afirma el sabio sinólogo Stephen Albert en el cuento de Borges: "El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros".

 
 
 

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