"Hans, el caballo que sabía contar" y el lenguaje no verbal
- Pedro Luis Menéndez
- 29 dic 2015
- 3 Min. de lectura

No es la primera vez ni será la última que tratemos el tema de la importancia del lenguaje no verbal. En un post anterior ya hemos hablado del silencio en una reunión de trabajo, y de cómo ese silencio en muchas ocasiones es altamente informativo si sabemos observar y "leer" el lenguaje del cuerpo.
Dejando al margen porcentajes más o menos afortunados sobre cuánto comunicamos con nuestro cuerpo, lo evidente es que nuestras habilidades comunicativas no pueden analizarse ni desarrollarse sólo en el nivel de las palabras sino dentro de un sistema más global porque, tal y como ha demostrado la escuela de Palo Alto y recoge Alex Mucchielli: "el hombre está condenado a comunicar. No puede no comunicar, pues no puede no tener comportamientos. Todo su ser "habla" y, si no quiere hablar, adopta una postura respecto a la situación, por lo que, de hecho, ya "habla"".
Curiosamente, los especialistas han demostrado que los animales y los niños son especialmente sensibles al lenguaje no verbal, que identifican con precisión; una precisión que, en los seres humanos, parece que perdemos en parte según nos vamos "llenando" de palabras, olvidando nuestra intuición infantil en la interpretación de los mensajes no verbales.
G. Argentin, en Quand faire, c'est dire subraya cómo lo gestual precede a lo verbal y sirve como mediación para la producción de sentido: "Cuando se les pide a determinados individuos que hablen sin hacer gestos ni mover las manos, no sólo se aprecia un mayor grado de indecisión, sino también que el contenido verbal se modifica. De modo inverso, los gestos de las manos constituyen el soporte de la comunicación verbal, a la que añaden información".
Un caso muy curioso es la historia de Clever Hans (Hans el listo, el habilidoso), un caballo que se hizo famoso en la Alemania de hace un siglo por su capacidad para realizar operaciones aritméticas, decir la hora, calcular una fecha. Su propietario, Wilhelm von Osten, profesor de matemáticas y entrenador de caballos, lo llevó por toda Alemania realizando espectáculos en los que Hans respondía dando toques con sus pezuñas a las preguntas que se le hacían.
A tanto llegó la repercusión y la polémica de este espectáculo que fue creada una comisión en la que participó Carl Stumpf, filósofo y psicólogo, para comprobar la veracidad o el engaño de las respuestas de Hans.
En 1904 la comisión decidió que no había ningún truco. Lo que ocurría realmente era que, fuera quien fuera el que interrogaba al caballo, si esta persona conocía la respuesta correcta, cuando los golpes del caballo se acercaban a ésta, se modificaba la cara y la postura del interrogador, aumentando una tensión que se libraba cuando Hans llegaba a la cifra exacta.
Esa liberación de la tensión era interpretada por Hans como una señal para dejar de dar golpes. El lenguaje no verbal del interrogador era suficiente para que el animal interpretara el sentido de la comunicación.
Tan importantes fueron los experimentos posteriores de Stumpf sobre esta conducta, que se denomina "Efecto Clever Hans" a la situación en que un experimentador actúa sin querer sobre el individuo estudiado a través de señales no voluntarias como la postura, el tono de voz, los gestos o los movimientos corporales.
Así, en el mundo laboral, el efecto Clever Hans aparece, sin que nos los propongamos, con frecuencia en entrevistas o reuniones de trabajo. Sí, tu cuerpo habla por ti, incluso antes de que pronuncies ni una sola palabra.
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