top of page

La oratoria política: ¿crees en mí?


No les resulta fácil a los políticos convencer a la ciudadanía de que sus propuestas son las más adecuadas para mantener o mejorar el bienestar social. En los países democráticos, la "lucha" entre las distintas fuerzas, a la hora de intentar aumentar su nicho de posibles votantes, pasa necesariamente por hacer llegar sus mensajes con claridad y sin distorsiones que limiten su fuerza.

Por esto, la construcción de cualquier discurso, que pretenda persuadir y movilizar a una población en una dirección determinada, debe apoyarse en unos principios esenciales y en unas claves sin las que la comunicación no sería posible.

Así, antes que nada, es imprescindible generar en los ciudadanos el sentimiento de ser entendidos en sus necesidades y en sus aspiraciones, a través de un clima de confianza que facilite esa comprensión. Porque la comprensión mutua es la base de la persuasión.

Como afirma Denis Huisman, "El acto de persuasión no se puede realizar más que si se da una situación de connivencia, incluso de complicidad, con el destinatario del mensaje respecto a su emisor".

Puesto que no persuadimos a nadie a la fuerza, el único camino para el orador político es convertir a sus interlocutores -a su audiencia concreta o a la ciudadanía en general a través de los medios- en cómplices involuntarios de su propia influencia. Para conseguirlo, en ningún caso intentará vencer las resistencias naturales de su audiencia, porque la clave de la persuasión no está en que el orador venza las resistencias de los demás, sino en convencerlos para que ellos mismos venzan sus propias resistencias.

Alex Mucchielli propone tres reglas imprescindibles para que el orador político conecte y consiga persuadir a su audiencia:

1. Mostrar consideración hacia los interlocutores.

A través de su actitud y de su lenguaje no verbal, el orador debe mostrar que está en el mismo barco que su audiencia, ser capaz de pasar de un yo a un nosotros en el discurso, y hacer así que sus propuestas sean comprendidas desde dentro: "el jefe se mete entre la tropa". Utiliza Mucchielli un ejemplo histórico muy significativo: Napoleón, en la batalla del puente de Arcole, toma la bandera y se pone literalmente al frente de sus granaderos, a punto incluso de perder la vida.

2. Establecer una metacomunicación que muestre que se cree en lo que se dice.

No hay fuerza mayor que lograr transmitir que uno cree en lo que dice. Pero además de la creencia real, ésta se verá apoyada por una presencia animosa y sonriente, por unos movimientos cómodos y relajados, y también por una locución clara y rápida, porque los titubeos y las dudas a la hora de encontrar las palabras adecuadas dan siempre sensación de falta de fe en lo que uno dice.

Otro ejemplo histórico muy conocido, sobre todo a partir de su reciente versión cinematográfica, es el de la tartamudez del rey Jorge VI y su empeño por vencer lo que, a los de ojos de sus súbditos y de sus enemigos, se entendía como signo de debilidad y falta de liderazgo.

3. Hablar con el lenguaje del otro y razonar con su misma lógica.

El orador tiene que dejar a un lado su propio registro y situarse en el de la ciudadanía a la que se dirige; sólo así podrá movilizarla en la dirección deseada. El ciudadano tiene que sentir al orador político en su mismo nivel de discurso, sentir que utiliza su misma manera de razonar y sus mismas normas para enfrentarse a la realidad de cada día.

La distancia, utilizada por el poder durante milenios para conseguir el respeto fundamentalmente desde el miedo, no tiene sentido hoy en una sociedad democrática en la que los dirigentes, como administradores de lo público, sólo logran credibilidad si transmiten, justamente, que ellos son también ciudadanos, como cualquiera, como todos.

Featured Posts
Recent Posts
Archive
Search By Tags
No hay tags aún.
bottom of page