¿Vamos hacia un periodismo político de corrala?
- Pedro Luis Menéndez
- 12 nov 2016
- 2 Min. de lectura

En un post anterior hacía referencia al concepto de 'la máquina del fango' tal como lo planteó Umberto Eco en su última novela. En sus palabras: "Para deslegitimar a alguien es suficiente con decir que ha hecho algo".
La pregunta que quería formular en este nuevo artículo es: ¿Hasta qué punto estamos contribuyendo todos a la difusión de ese fango en las redes sociales y tal vez en los grupos de mensajería? Las charlas de patio de vecindad, como ocurría en las antiguas corralas, corrían como la pólvora, pero con pocas excepciones quedaban limitadas al ámbito de la propia vecindad. Asuntos de 'patio de colegio', de barra de bar, de cotilleos entre compadres o entre comadres se aireaban en un territorio público, sí, pero pequeño.
Esta limitación no impedía, desde luego, que en muchas ocasiones esos cotilleos quedaran marcados por la mala intención y las falsedades, y de los mismos podían derivarse consecuencias serias para los afectados, especialmente si se trataba de calumnias. La RAE define calumnia como "una acusación hecha maliciosamente para causar daño". Cuando Francis Bacon afirma en 1625 "Calumniad con audacia; siempre quedará algo", no está sino adaptando una antigua expresión latina: "Calumniare fortiter aliquid adhaerebit". De modo que todo esto viene de muy lejos, y es evidente que no estamos descubriendo nada nuevo.
Pero el problema en nuestros días se amplifica porque el comentario privado se convierte en comentario público 'a los cuatro vientos', en un torbellino de multiplicaciones descontroladas, máxime si se trata de 'asuntos sensibles', como son las discusiones y enfrentamientos políticos.
En las rencillas políticas de la calle priman la emocionalidad y la visceralidad, los posicionamientos rígidos e inflexibles, por encima de cualquier intento de diálogo real o de mesura. De acuerdo, somos gente muy pasional y todo eso. Pero podríamos hacernos una pregunta: ¿por qué cada vez más medios de comunicación juegan a ese mismo juego?
¿Cuál es la fiabilidad cuando algunos medios "destapan" documentos, vídeos o audios manipulados y sacados de contexto? ¿Quién controla la fuente?
A partir de la expansión imparable de Internet, y sobre todo de las redes sociales -en las que todos nos convertimos en difusores expansivos de contenidos-, han aparecido medios de comunicación contaminantes (periódicos, revistas, páginas web, blogs...) cuya única función es precisamente distorsionar, manipular e incluso construir informaciones falsas.
Esos medios nuevos viven del prestigio que el periodismo alcanzó en el siglo XX como vehículo de denuncia, crítica y hasta control democrático del poder. Pero ese periodismo del XX parece que ya no existe (o, como mucho, sobrevive).
El coste del trabajo, incluso económico, de la indagación y comprobación de fuentes no es rentable cuando lo que importa es la inmediatez. Los medios se mueven entre llegar el primero y la provocación lo más amplificada posible del escándalo, en una sociedad que cada vez más "juega" a escandalizarse por casi todo.
¿Qué margen les queda a la sensatez y a la veracidad? ¿Hacia dónde nos conduce un periodismo político que se dirige sólo a estimular las emociones de su audiencia, y a que esta misma audiencia ayude a dispersar falsedades y calumnias, verdades a medias y distorsiones intencionadas?
¿Vamos hacia un periodismo político de corrala? ¿O ya estamos en él?
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