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¿Comunicas con tu médico/a?

  • Pedro Luis Menéndez
  • 7 ene 2016
  • 3 Min. de lectura

El mundo sanitario es uno de los ámbitos en los que más trascendental resulta la comunicación entre el personal y los pacientes, porque de una buena o mala comunicación puede depender literalmente tu vida.

En este ámbito, la cercanía o la distancia emocional se convierten en un aliado o una barrera que ayudan o dificultan tu relación (o tu curación).

Un factor clave de cercanía lo recogía un concepto que hoy ya no utilizamos, el de "médico de cabecera". La imagen era clara: se trataba de la persona que nos acompañaba durante nuestra enfermedad, estaba junto a nosotros, nos conocía, incluso podía ayudarnos a evitar enfermedades, o a morir dignamente.

El concepto actual de "médico de familia" en los centros de atención primaria también parece incidir en la cercanía y en los factores afectivos que acompañan a sus actuaciones profesionales.

Esa misma afectividad y facilidad para la empatía se hacen imprescindibles del mismo modo en la relación con el personal de enfermería. De hecho, en nuestra apreciación de "buenos profesionales" no resaltamos tanto los conocimientos técnicos como ese sentimiento de "familiaridad" que nos hace sentirnos apreciados como personas.

Pero también se generan distancias, a veces insalvables, y el personal sanitario no siempre es consciente -o no quiere serlo en ocasiones- de que esas distancias les perjudican tanto a ellos como a sus pacientes.

La distancia más insalvable la genera el uso de un lenguaje excesivamente técnico por su parte, a la manera del "latín ignoto de las divinas palabras" de Valle-Inclán. Ese lenguaje provoca no sólo distancia sino muchas veces rechazo por parte de los pacientes, que se sienten ignorantes para dar las respuestas correctas -o sencillamente adecuadas- en sus diálogos con médicos/as o enfermeros/as.

Recuerdo en mi adolescencia un encuentro con quien era mi traumatólogo en el que -aún a día de hoy no entendí el porqué- me proporcionó una especie de lección magistral en un lenguaje absolutamente científico que no sólo provocó que rechazara la mayoría de sus indicaciones, sino también una ansiedad y malestar muy evidentes ante lo que yo sentía como un trato humillante por su parte. Guardo recuerdos de experiencias semejantes con un oftalmólogo y un andrólogo.

Ninguno de ellos me parecían personas con mala intención ni mucho menos. Sin embargo, lo cierto es que nadie les había enseñado -o ellos no habían aprendido- a ponerse en el lugar del paciente, a establecer una comunicación real y, sobre todo, efectiva.

Por todo ello, es frecuente desgraciadamente en centros hospitalarios el denominado "déficit de comunicación", producido a partir de la desorientación, las alteraciones de la atención y de la memoria, y la fatiga de los pacientes. En estos casos, sólo una comunicación en que lo afectivo y lo empático ocupen un lugar dominante puede compensar de alguna manera las situaciones difíciles en que se encuentran tanto los pacientes como sus familias.

Una comunicación, en suma, en que lo emocional sea capaz de trascender lo puramente técnico. Cuando esto ocurre, cualquiera es perfectamente consciente de que salimos ganando todos.

Porque sería lamentable que acabara ocurriendo lo que el doctor (entre otras muchas cosas) Lewis Thomas escribía en su autobiografía publicada en 1983: "El contacto del médico -cálido, familiar y tranquilizador-, el consuelo y la preocupación por el paciente, las plácidas y largas conversaciones, están desapareciendo de la práctica de la medicina, y eso podría resultar una gran pérdida. Si yo fuera un estudiante de medicina o un interno, si estuviera preparándome para empezar, este aspecto de mi futuro me preocuparía más que ninguna otra cosa. Temería que me arrebataran muy pronto mi auténtico trabajo -cuidar a los enfermos- y que me tuviera que dedicar a otro muy distinto, atender máquinas. Trataría de encontrar la manera de que esto no ocurriera".

 
 
 

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