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¡Poesía eres tú!


Es posible que el encuentro amoroso sea una situación límite de comunicación, con palabras y sin ellas. Con la salvedad de que ese encuentro se produce en un campo de posibilidades concreto, porque uno no encuentra a cualquiera.

Aunque el enamoramiento escapa en parte a nuestra voluntad, lo cierto es que nos acercamos a personas de nuestro mismo medio social, y durante siglos a personas de nuestra vecindad; si bien el concepto de vecindad ha sido desplazado relativamente por Internet y las redes sociales, seguimos buscando -¿o encontrando?- cercanía psicológica y atracción, sea o no a distancia.

En esa "selección" influyen nuestras ideas a priori sobre el amor, que son las que construyen ilusiones sobre nuestras expectativas, porque todo encuentro parte inicialmente del desconocimiento del otro.

Para ello, necesitamos encontrarnos en un estado de predisposición que sea capaz de ponernos en situación de enamorarnos. Y en ese estado buscamos signos -el color de los ojos, el tono de la voz, un gesto en la cara, una manera de moverse o de sentarse, etc.- que convertimos en símbolos.

Así, esos símbolos construidos por nosotros mismos nos llevan a una comunicación espontánea y primitiva, que se encuentra fuera del control de la voluntad.

Roland Barthes compara el "estado amoroso" con el estado de hipnosis: "El flechazo es una hipnosis: estoy fascinado por una imagen; al principio sacudido, electrizado, cambiado, trastornado, como lo había sido Menón por Sócrates, modelo de los objetos amados, de las imágenes cautivadoras [...]. En ese momento en que la imagen del otro me alegra por primera vez, no soy otra cosa que la gallina maravillosa del jesuita Atanasio Kircher (1646): con las patas atadas, se dormía fijando sus ojos en la línea de tiza que, como si fuera un lazo, le pasaba no lejos del pico; al soltarla, permanecía inmóvil, fascinada".

Esa idealización del amado/a se acompaña de una cierta ceguera y, así, se le atribuyen al ser querido todo tipo de cualidades, proceso en el que influyen las imágenes que tenemos sobre nosotros mismos. Ese reconocer nuestra imagen en el otro conduce a tópicos como el de "almas gemelas" y similares.

Pero lo cierto es que en ese período de enamoramiento inicial aparecen factores que pueden bloquear una comunicación auténtica, porque en ese período interpretamos papeles extraordinarios -no somos nosotros mismos- de modo que transformamos nuestra auténtica personalidad al servicio del encuentro con el otro.

Sin embargo, tras el flechazo llega el idilio, y entonces sí que se produce una comunicación intensa: mensajes, cartas (si alguien aún las escribe), llamadas de teléfono, paseos juntos...

En ese período siempre emocionante de exploración, llenamos nuestras conversaciones de relatos de fragmentos de vida que ofrecemos al otro, y de los que cada uno sólo retiene lo que le interesa, porque toda la comunicación sirve para reforzar lo afectivo.

En la conversación construyo al otro porque el deseo es un motor de la comunicación. Barthes afirma: "El lenguaje es como una piel: restriego mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras en vez de dedos, o dedos en el extremo de las palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo".

En definitiva, vemos el mundo a través de una nueva mirada y, para ello, la comunicación adopta un lenguaje poético y sagrado para reforzar la fascinación. En palabras de Alberoni: "El deseo de gustar al ser amado nos obliga a modificarnos. De ese modo, cada uno impone al otro sus propios juicios y se transforma para gustar al otro. Y todo esto se realiza voluntariamente, gracias a una perpetua descodificación, a un perpetuo descubrimiento. Todas las actitudes del ser amado, sus gestos, sus miradas, se convierten en símbolos que interpretar. Y también nosotros nos convertimos en una fuente permanente de símbolos".

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