top of page

El hábito no hace al monje, ¿o sí?


Una anécdota reciente, a partir de la fotografía de Mariano Rajoy en la que expresa una mirada entre atónita y curiosa sobre el aspecto del diputado Alberto Rodríguez, nos da pie para tratar el tema de cómo un ser humano reacciona cuando se encuentra a otro.

Lo primero que hacemos es movilizarnos para definir a quien se acerca a nosotros, activando unos procesos neuropsicológicos que nos alertan frente al que llega para poder situarlo, en primer lugar, en la categoría conocido/desconocido.

Como el miedo a lo desconocido es innato en nosotros, para frenar una posible alarma intentamos, a través de gestos, hacer una presentación inofensiva de nosotros mismos; según épocas, momentos y situaciones, unas manos tendidas, la mano derecha desnuda alzada, una bandera blanca, etc.

Así, estamos diciendo al otro: no temas, puedes fiarte de mí, quiero pasar de desconocido a conocido.

En segundo lugar, evaluamos la posible naturaleza de la relación en términos de buena/mala. Según esta evaluación, adoptamos una de tres formas reflejas generales: evitar, inhibirnos, acercarnos. Y, una vez más, no son las palabras las que nos permiten evaluar la intención del otro, sino algunos rasgos paralingüísticos: la mímica, los gestos, la postura, el tono de voz...

De este modo, y a través de señales ritualizadas, planteamos al otro dos posibilidades de relación: una amigable, en la que siente que va a ser acogido, y otra hostil, en la que siente claramente el rechazo.

Es cierto que no todos los seres humanos tenemos la misma predisposición general hacia los otros: nuestra mayor facilidad para comunicar o nuestro "don" de hacer aparecer tensiones en los demás nos hace muy diferentes. Y esto ocurre porque nunca llegamos de forma neutra al encuentro con el otro, sino que siempre aportamos a ese encuentro nuestro bagaje de experiencias, fruto de la multitud de encuentros vividos desde el momento de nacer.

En cualquier caso, una vez establecido el encuentro, evaluamos e identificamos al otro con un grupo de referencia o en relación con nosotros mismos. Lo que equivale a clasificarlo en una categoría cultural, en un estatus, en un rol determinado.

Y esto lo hacemos también a partir de su fachada social, de su apariencia, de los signos exteriores que muestra: su actitud, su mirada, sus gestos, su modo de andar, su manera de vestirse, su corte de pelo...

Así, determinamos el lugar de cada uno en relación con el otro. Y para ello podemos prescindir absolutamente de la palabra. El encuentro -o el desencuentro- nace de una impresión general. Que sea acertada o equivocada es otro cantar.

Según todo lo dicho, ¿te atreves a analizar la mirada del presidente? ¿Y la del diputado?

Featured Posts
Recent Posts
Archive
Search By Tags
No hay tags aún.
bottom of page