Lo que nuestra clase política no dice con palabras
- Pedro Luis Menéndez
- 11 jun 2016
- 4 Min. de lectura

El jueves pasado he estado hablando con Ana Fernández Mera en MuyMuyTv sobre el lenguaje de nuestros políticos a unos días del comienzo de la nueva campaña electoral. Pero el tema interesa a cualquier ciudadano más allá de las circunstancias concretas que lo hacen noticia.
¿Qué esperamos los ciudadanos del lenguaje verbal y no verbal de nuestra clase política? ¿Cómo nos dejamos convencer (si es que lo hacemos) gracias a sus habilidades comunicativas? ¿O son otros factores -y no el lenguaje- lo que nos inclina hacia unos y nos aleja de otros?
En un primer acercamiento a este asunto, todos estaremos de acuerdo en que un político no puede mostrarse como una persona tibia, sino como una persona que transmita unas dosis importantes de seguridad en sí mismo. Pero esta seguridad plantea ya un primer reto difícil de superar: la frontera "borrosa" entre la seguridad en uno mismo y una "excesiva" seguridad. Del amor al odio hay un paso, de la seguridad a la "chulería" hay otro.
Una evidente chulería (macho alfa, testosterona, etc. y sus equivalentes femeninos) puede agradar mucho a su propia "parroquia" , aunque ofenderá con seguridad a sus "no votantes". Por eso resulta muy peligrosa para captar el voto de los indecisos, que pueden huir "como de la peste" de determinadas actitudes que serán observadas como señales de prepotencia.
Probablemente una posición ideal sería aquella capaz de combinar amabilidad y firmeza. Esta firmeza se reflejará sobre todo en la voz y en el lenguaje corporal, en las posturas en un debate, en un mitin, en una intervención parlamentaria. Pero esta firmeza debe conjugarse -en un difícil maridaje- con la amabilidad. La amabilidad también es voz y postura, pero fundamentalmente es mirada.
Una vez más, como en tantas otras facetas comunicativas, la mirada lo dice todo; tanto, que en ocasiones dice más de la cuenta, "trasparenta" lo que no queremos decir a través de nuestras palabras. ¿Se imagina alguien a un político en una rueda de prensa -o similares- con gafas de sol, como harían algunos jugadores de póquer?
Sí, muchos dictadores -y hay ejemplos históricos que cualquiera recuerda- llevaban o llevan siempre gafas oscuras, porque sabían de sobra que una mirada acaba no ocultando nada. Todos llevamos gafas de sol (también a veces para ocultarnos), pero sólo los "malos" las llevan siempre.
Otro elemento imprescindible es la congruencia entre lo verbal y lo no verbal para evitar mensajes contradictorios. Pues bien, en relación con esto, emerge con facilidad una característica de nuestra cultura latina (y no sólo de ella): nos "calentamos" rápidamente. Como en realidad nos ocurre a casi todos, deberíamos ser capaces de verlo con cierta distancia cuando les ocurre a los políticos, pero no necesariamente resulta así, porque en el caso político, de nuevo puede entusiasmar a su parroquia y no a los adversarios.
Es importante también que tengamos en cuenta que no existe una única conducta social hábil: depende de las situaciones y de las finalidades. En este sentido, deberíamos establecer diferencias claras entre las actitudes de un político en campaña, y de esa misma persona cuando se encuentra en el poder. En campaña toda su atención pasa por asegurar y en lo posible aumentar el número de sus votantes, por lo que todos sus mensajes irán focalizados en esa dirección.
Sin embargo, cuando se encuentra en una posición de gobierno, sus actitudes comunicativas deberían asegurar que gobierna para todos: en el recuerdo de los ciudadanos permanecen aquellos políticos que transmitían sensación de tranquilidad, los "pacíficos", los amables (al menos públicamente), los respetuosos con los diferentes a ellos, etc. Son, sin duda, los mejor valorados con el paso del tiempo.
¿Y qué ocurre con la comunicación emocional? Un error común de nuestra clase política, cuando se encuentra en un debate de campaña electoral, suele ser abrumar con datos y más datos a la audiencia, olvidando que no necesariamente se persuade con una argumentación racional. Porque si el político olvida el componente emocional del votante, está perdido: ese componente emocional va a ser justamente el que decida el voto.
Además, esa emoción, o es auténtica o nos están haciendo trampas. Es cierto que una de las bases de la persuasión está en creer lo que uno dice, pero esta "fe" puede fingirse, a través del dominio de técnicas actorales. Sin embargo, lo que ocurre al final es que la persona se acaba delatando, o es tan deshonesta que se apoya en técnicas que intentan distorsionar las líneas de la comunicación. Por ejemplo, dos de estas técnicas son habituales en políticos "corruptos" cuando responden a preguntas de la prensa: la agresividad y la ironía.
Realmente a la clase política, expuesta casi en todo momento a la mirada pública, no le resulta sencilla la comunicación de emociones, sobre todo si la persona concreta no ha sido educada desde la infancia o no ha querido educar posteriormente su lado emocional, porque el fingimiento se acaba notando demasiado: quien era el más chulo en el patio del colegio, no puede ser luego el más sensible ante los ciudadanos (salvo que la vida le haya permitido cambiar).
Cuando en sus intervenciones públicas, incluidos mítines o debates, ponen cara de bronca, ¿se imaginan a sí mismos así para ligar o pedir una cita?
Porque uno de los límites de la emoción es la seducción, y el mayor problema de un líder político es que no seduzca. Por supuesto, todos sabemos que no es una cuestión de belleza: un candidato o candidata bellos puede causar una muy buena primera impresión, pero (como en la vida real) "puede caerse con todo el equipo" cuando abre la boca para hablar.
No queremos terminar con estereotipos, aunque en muchas ocasiones ellos mismos crean sus propios estereotipos; obviamente (¿de verdad es tan obvio?), nunca veremos a un político afirmar en un debate: "Tiene usted razón y yo estoy equivocado, voy a votarle a usted y no a mí mismo".
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