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"Anorexia verbal" y multitarea en la familia

  • Pedro Luis Menéndez
  • 4 jul 2016
  • 3 Min. de lectura

La autora mejicana Gaby Vargas utiliza el término "anorexia verbal" para hacer a referencia a cómo la comunicación en las familias puede verse gravemente amenazada por el uso constante del móvil para conectarse a redes sociales, a juegos o a aplicaciones de mensajería.

Sí, parece que la "multitarea" ha llegado también a las "conversaciones" entre parejas, padres e hijos, hermanos y hermanas, etc.

En un artículo reciente -"La familia empantallada"- la escritora Elvira Lindo sostiene, ante un hecho anecdótico que acaba de vivir en un restaurante, que "la charla de los papás se ha quedado obsoleta, ahora los entretienen con la pantalla". Su preocupación apunta sobre todo a la función formativa de la familia en el carácter de los hijos: "¿Cómo podrán ser seres sensibles, perspicaces, empáticos si vosotros no les enseñáis?"

Sin embargo, el fenómeno no es tan nuevo como podría parecer si lo pensamos como un eslabón de una cadena ya iniciada en el siglo XX. Los lectores de cierta edad recordarán las polémicas generadas por la introducción de las televisiones en algún lugar privilegiado del salón familiar. Ya entonces se insistía en cómo la televisión iba a "romper" las conversaciones entre los miembros de las familias, atentos éstos en exclusiva a la pantalla.

El siguiente paso se produjo con la ampliación del número de televisores por la casa, incluidas las habitaciones, las cadenas de música, los ordenadores personales... ¿Alguien recuerda los walkman, o los discman? Cualquiera de estos aparatos era un elemento que te aislaba de quienes tenías a tu alrededor.

Pero también un libro. Los grandes lectores sabemos cuántas horas desde la infancia hemos pasado aislados "del mundo", encerrados en nuestra habitación y embebidos por el relato apasionado, o el poema, o las ideas, o los sentimientos descubiertos en sus páginas.

Además, hay edades en que esa soledad nos ayuda a crecer en nuestra autonomía personal, por lo que también cualquier persona de cierta edad se recuerda en su cuarto con una guitarra, o con una radio, o escribiendo en su diario, y sin mostrar el más mínimo interés por establecer ningún diálogo con sus padres. Sí, se llama adolescencia.

¿Nadie recuerda el teléfono familiar "okupado" por los adolescentes, cuando sólo había un teléfono y no existían las tarifas planas? ¿Y aquellos padres que determinaban bloquear su rueda con un candado como un modo de intentar controlar el gasto en ocasiones desorbitado?

¿Estamos entonces exagerando un problema que no es tal, o un fenómeno que siempre se ha producido aunque con formas de visibilidad diferentes?

Probablemente sí existe un problema real que se produce cuando ese aislamiento es llevado al límite; por ejemplo, los casos de adolescentes japoneses encerrados en sus habitaciones -los hikikomori- sin ningún contacto con el mundo exterior.

Y también cuando permitimos que nuestra conexión a las pantallas invada aquellos momentos que parecían a salvo: los lugares públicos, los viajes, las comidas familiares... Es entonces cuando el wifi sustituye el cara a cara... y dejamos de mirarnos e ignoramos a los demás. O peor aún, parece que podemos atenderles a la vez que no paramos de "whatsappear" o jugar o revisar nuestras redes. En esos momentos sí que parece -como afirma Gaby Vargas- que "nuestras conversaciones se adelgazan".

¿Es sólo una moda? ¿O nuevos modelos de conversación están sustituyendo a los viejos modelos?

¿De la anorexia verbal a la obesidad virtual? Tal vez. La verdad es que no sabría pronunciarme sobre un futuro que aún desconocemos.

 
 
 

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