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¿Recuerdas los "frenos" de tu adolescencia?

  • Pedro Luis Menéndez
  • 6 sept 2016
  • 3 Min. de lectura

¿Eres de esas personas frías como el hielo o eres de esas otras personas que muestran con facilidad sus emociones en cualquier circunstancia? Probablemente no estés en ninguno de los dos extremos pero, seas como seas en la comunicación de tus emociones, una gran parte la debes a la educación que has recibido desde la infancia, y otra no menor a cómo hayas superado los "frenos comunicativos" de tu adolescencia.

Nuestro primer llanto se produjo nada más nacer, pero aquel llanto no reflejaba ninguna emoción concreta, sólo suponía una respuesta a una situación sobrevenida. Con los años aprendimos a asociar emociones y conducta, según las reacciones que observábamos y también provocábamos en nuestro entorno más cercano, primero en la familia, después en nuestra maestra y en nuestros iguales en la escuela.

Y fuimos creciendo, y -tal vez sí o tal vez no- educaron nuestras emociones para que se pusieran a nuestro servicio a la hora de comunicarnos con los demás. O, por el contrario, para que perjudicaran nuestra interacción social. Porque, por desgracia, la NO educación de nuestras emociones también es educación.

Un momento clave se produjo en nuestra adolescencia. En esa época no siempre fácil de nuestra vida, el deseo de pertenencia al grupo y las primeras experiencias amorosas supusieron un impacto profundo en la configuración de nuestro mundo emocional, dependiendo en gran manera de la educación de la infancia. ¿Estábamos preparados para el "choque"? ¿Funcionaban nuestros "airbags" o lo afrontamos "a pelo"?

En la adolescencia el miedo al rechazo del grupo es tan potente que puede marcarte para el resto de tu vida. Por eso muchos adolescentes, en el mantenimiento de una imagen pública que casi acaban de descubrir, fuerzan conductas comunicativas no deseadas, empujados por el miedo a la diferencia o por quedar marcados dentro del propio grupo.

También resulta muy compleja la comunicación emocional en las primeras experiencias amorosas, tanto afectivas como propiamente sexuales. ¿Con qué modelos se comunican esas emociones? ¿Pueden esos modelos -como culturales que son- estar ahogando formas más auténticas de mostrar esas personalidades que se están construyendo?

¿Qué ocurre con el egoísmo exacerbado que puede proceder de una infancia consentida? Conducirá irremediablemente a un yoísmo que se traslada a todo el grupo, con la aparición de líderes que buscan la sumisión absoluta de los demás en todas las parcelas de su vida.

¿Qué ocurre con las inseguridades fruto también de una infancia consentida y sobreprotegida? Conducirá a personalidades sumisas que no serán capaz de enfrentarse al propio grupo y que asumirán cualquiera de las conductas desarrolladas por éste, sean o no las que desearían realmente adoptar.

Un ejemplo que empieza a ser clásico en nuestra sociedad es el del botellón (en sus distintas modalidades) como fenómeno comunicativo: gregarismo por un lado, rebeldía por el otro, enfrentamientos verbales o físicos con adultos; en definitiva, lugar de encuentro adolescente, en una adolescencia que se alarga hasta edades hace años impensables. Esa imitación exagerada de conductas grupales acaba produciendo una juventud adocenada, también en su lenguaje verbal, y en la tardía acomodación de ese lenguaje al lenguaje adulto.

Un caso extremo de estos "frenos" de la comunicación adolescente es el de las personas tímidas que, en este período de su vida, sufren (a veces de manera patológica) de modo muy especial sus dificultades en el día a día en su interacción con los demás. No digamos cuando deben intervenir, actuar o hablar en público.

En definitiva, en una época de la vida marcada por conductas extremas tanto verbales como no verbales, que van desde la violencia (también en ocasiones extrema) hasta la inhibición y ocultación más absolutas (el adolescente sin amigos pegado a una pantalla en su habitación), van fijándose modelos de conductas comunicativas que, sin darnos cuenta, pueden acompañarnos el resto de nuestra vida, y no siempre para bien.

Así, es posible que ya de adultos nos toque desaprender conductas que no hacen más que dañar nuestra relación con los demás (y a nosotros mismos).¿Es tu caso? Pues estás de suerte porque podemos "reaprender" a comunicar nuestras emociones. No siempre tendrás un control absoluto y no siempre quedarás satisfecho pero, si las emociones son un comportamiento aprendido, la consecuencia es que podrás regularlas y ajustarlas a tus necesidades de interacción con los demás.

Nunca es tarde para eliminar los "frenos" de tu adolescencia.

 
 
 

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