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¿Tienes una mirada fascinante?


De todos es conocida la importancia primordial de la mirada en la comunicación no verbal, no sólo con respecto a cuanto comunicamos a través de ella, sino también a lo que nos permite percibir de los demás. Allan y Barbara Pease, dos de los expertos más reconocidos internacionalmente en lenguaje no verbal, dedican uno de sus libros más conocidos, El lenguaje del cuerpo, "a todos aquellos que tienen buena vista, pero son incapaces de ver".

La mirada es uno de los vínculos más estrechos de las relaciones humanas. Y su uso o su abuso nos acercan o nos alejan de los demás. Por eso nuestra sociedad utiliza el adjetivo 'fascinante' para hacer referencia a una mirada seductora, carismática, que parece tener cualidades extraordinarias y de la que no nos podemos 'despegar'.

Hasta la publicidad aprovecha un aspecto que parece esencial, sobre todo cuando se dirige al público femenino: "La mirada se vuelve aún más fascinante con las sombras de ojos [...], con tecnología Last-ever: un gel que recubre cada pigmento para que el color se mantenga sin pliegues durante todo el día".

Pero a veces el origen de las palabras y de las expresiones que usamos con naturalidad es bastante paradójico. Y éste es uno de esos casos, cuando menos curioso, de cómo nuestro idioma, a través de los siglos, ha ido produciendo un cambio semántico muy significativo con respecto a los significados originales del término 'fascinación'.

El diccionario de la Real Academia señala tres acepciones del verbo 'fascinar':

1. Engañar, alucinar, ofuscar.

2. Atraer irresistiblemente.

3. Hacer mal de ojo.

Y tres acepciones detalla también para el sustantivo 'fascinación':

1. Engaño o alucinación.

2. Atracción irresistible.

3. aojo.

Porque el 'aojamiento' o 'fascinación' es en realidad una de las creencias más antiguas y da la impresión de que más arraigadas (hasta nuestros días) en los seres humanos: una creencia y una enfermedad.

A propósito del 'mal de ojo', es muy conocida la figura de Enrique de Aragón o de Villena, que vivió a caballo entre los siglos XIV y XV, y cuya fama como mago o como sabio trascendió ampliamente su época; autores muy posteriores como Quevedo o el mismo Larra lo convirtieron en personaje en algunas de sus obras. Villena escribió o tradujo numerosas obras sobre teología, literatura, astronomía o medicina.

En 1425 compuso su Tratado de fascinación o de aojamiento, en el que propone una teoría científica sobre el 'mal de ojo' como una enfermedad mental y espiritual (si viajáis a Salamanca, no dejéis de visitar la llamada Cueva de Salamanca, en donde os contarán una leyenda muy curiosa en la que aparece Enrique de Villena).

También la RAE define el mal de ojo como "Influjo maléfico que, según se cree supersticiosamente, puede una persona ejercer sobre otra mirándola de cierta manera, y con particularidad sobre los niños".

Este aojamiento tiene una relación directa con la envidia que, del mismo modo en su etimología, hace referencia a "aquellos que nos miran con mal ojo". ¿Pudo causar algún daño la mirada de la Loren a a la Mansfield? Eso no lo sabemos, pero significativa y claramente comunicativa sí que lo fue.

Aunque dejando a un lado que esas leyendas y tradiciones se nos pueden antojar como creencias del pasado, lo cierto es que siguen muy vivas, mucho más cerca de lo que creemos y no reducidas -ni mucho menos- a círculos esotéricos o más o menos ocultos.

En este mismo mes de agosto de 2016, en Guatemala, la ministra de Salud, Lucrecia Hernández, ha anunciado que van a formar al personal médico para atender en los centros de salud y en los hospitales de su país siete enfermedades ancestrales propias de la cultura maya: el mal de ojo, la pérdida del alma, 'malhechos', el 'chipe', el susto, el flujo y los antojos.

Y tú, ¿tienes una mirada fascinante?

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