"¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?"
- Pedro Luis Menéndez
- 19 ago 2015
- 2 Min. de lectura

Gabriel García Márquez, en uno de sus discursos más conocido y más jogosamente polémico, Botella al mar para el dios de las palabras, cuenta una anécdota personal:
"A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: "¡Cuidado!". El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: "¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?". Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo y, con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras."
¿A quién se refería García Márquez con ese dios maya de las palabras?
Zamná (deificado después como Itzamná) fue un sacerdote maya que se asentó en Cichen Itzá con sus fundadores, y fue quien puso nombre a las tierras de Yucatán. También fue el inventor de los caracteres que utilizaron como primeras letras los pobladores de la región.
Poner nombre a las cosas es un modo de tener poder sobre ellas. Así aparece reflejado en el primer libro del Antiguo Testamento, en el Génesis (2:19), cuando Dios le pide a Adán que nombre a los animales:
"Formó, pues, Dios de la tierra, toda bestia del campo y toda ave de los cielos y los trajo a Adán para que viese cómo los había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre".
Si seguimos en el Antiguo Testamento, en Proverbios (18:21), el rey Salomón afirma que "la vida y la muerte están en manos de la lengua."
Y el rey David, en el libro de los Salmos (64:4) compara las palabras con flechas. Antes de lanzarlas, uno tiene el poder sobre ellas; después, ellas son las dueñas de uno.
Aunque la tradición más conocida sobre el poder de las palabras puede que sean los mantras. Pronunciado en voz alta o interiormente de forma rítmica y repetitiva, ayudan a calmar la mente y permiten a la persona concentrarse y dominarse a sí mismo a través del poder de la palabra.
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