¡Yo que tú no lo haría, forastero!
- Pedro Luis Menéndez
- 2 nov 2016
- 2 Min. de lectura

Edward Hall fue el primero que empleó, en 1959, el concepto "comunicación intercultural" para hacer referencia a las dificultades de adaptación de los trabajadores norteamericanos que se encontraban fuera de su país.
Actualmente, entendemos la comunicación intercultural como la comunicación que se produce entre personas que pertenecen a distintos grupos sociales.
¿Qué problemas encontramos cuando los interlocutores reconocen que sus culturas de referencia son distintas y, por lo tanto, tienen pocos puntos en común en su manera de entender e interpretar el mundo?
Como en los western clásicos, la condición de "forastero" en una determinada sociedad o grupo, reduce significativamente las posibilidades comunicativas de los individuos. Sus intentos de adaptación al medio -en este caso, el contexto lingüístico/social- pueden generar en el "forastero" y en sus interlocutores una cantidad importante de interpretaciones falsas o sesgadas que, llevadas al límite, suponen la reducción o incluso la imposibilidad de llevar a cabo una comunicación interpersonal real.
Si utilizamos la imagen de la comunicación oral como un iceberg (tal como reflejamos en la ilustración), en la parte visible encontramos: el idioma (su estructura gramatical y su vocabulario), la voz, el lenguaje corporal y el aspecto físico (tanto el sexo, la edad o la raza, como la apariencia de la vestimenta, los peinados, etc.).
Pero estas evidencias de lo visible se completan con una gran parte no visible: desde las creencias (fe religiosa, prejuicios, supersticiones...), los conocimientos no observables sobre el tema tratado, la formación y educación recibidas, las actitudes, los valores, hasta posibles patologías del lenguaje no reconocidas por los interlocutores.
Aunque es cierto que los barcos no chocan con la parte del iceberg que se ve, sino contra la que no se ve, en el caso de la comunicación intercultural oral los sesgos de lo observable más las creencias erróneas sobre lo no observable pueden conducir a una incomunicación absoluta.
Por ejemplo, un oriental con un dominio parcial del idioma de su interlocutor occidental, con una voz tímida y un lenguaje corporal muy reducido, que interactúa con muchas pausas y silencios, puede ser apreciado como alguien poco capaz y con escasos conocimientos del tema tratado, porque el occidental podría no tener en cuenta que esos rasgos observados son rasgos de cortesía fundamentales en la educación de su interlocutor.
Por el contrario, a los ojos de un oriental, un occidental con un lenguaje corporal muy abierto, con una mirada muy directa y con facilidad para el contacto físico, sería juzgado fácilmente como una persona invasiva que genera ansiedad en su interlocutor, sin apreciar que puede tratarse de alguien muy afectivo y con buenas habilidades comunicativas "a la occidental".
Como cualquiera supone, la combinación de rasgos culturales en toda la tierra da lugar a una enorme cantidad de creencias erróneas que acaban fraguando en la abundancia de estereotipos que utilizamos para juzgar comportamientos culturales distintos a los nuestros.
De modo que, sólo si logramos superar las posibles barreras de lo observable más potenciar el respeto hacia lo no observable, conseguiremos una comunicación real y efectiva entre personas de distintos grupos sociales y distintas culturas.
Comentarios